LA IGLESIA QUE CRISTO FUNDÓ ES JERÁRQUICA I

Por Gerardo Cartagena Crespo



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--Buenos días, David -saluda Aníbal-. Te veo ocupado en la lectura de la Biblia. Y por tu entusiasmo veo que estás leyendo algo muy interesante.

--Sí. Es que en el culto de anoche, luego del mismo me puse a hablar con mi pastor sobre el debate de la vez anterior con Francisco sobre la autoridad de la Biblia, y el pastor me dio un texto muy interesante, el cual lo estoy estudiando; y quisiera que lo leyeras y me dieras tu opinión.

--Veamos. ¿Cuál es el texto?

--Busca primera carta de Juan, capítulo 2, versículos 26 y 27.

--Dice: «Os he escrito esto sobre los que os engañan. Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.»

--¡¿Qué tú opinas?! -pregunta David.

--Bueno, se ve sólido, y creo que tenemos un punto fuerte a nuestro favor.

»Déjame preguntarle a Samuel y ver cuál es su opinión al respecto.

»¡Oye, Samuel, ven acá! Y buenos días.

--Buenos días, Aníbal. Buenos días, David. ¿En que te puedo ayudar?

--¿Pudieras leer este texto y darnos tu opinión?

--Bueno. Veamos: «Os he escrito esto sobre…»

--¿Qué tú entiendes específicamente en la parte que dice: «y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe;…»?

--Bueno, según puedo entender, el texto dice claramente que no necesitamos de nadie -entiendo yo, de ningún ser humano- que nos enseñe, pues es él -entiendo que se refiere a Cristo y el Espíritu Santo- los únicos que con su unción nos enseñan las verdades que debemos saber.

--¡Esa misma es la conclusión que llegamos mi pastor y yo anoche! ¿Qué opinas? ¿Lograremos llevar a Francisco contra la pared, y por fin derribar sus argumentos?

--Bueno. Tenemos un texto bastante sólido a nuestro favor, pero…

--¡Pero qué! -objeta Aníbal.

--Pero me gustaría estudiarlo más a fondo, y leer el contexto para ver lo que realmente quiso decir Juan con esas palabras.

--¡Bah! Creo que no es necesario ir tan lejos -dice David-. El texto es lo suficientemente claro como para no permitir otra interpretación. La Iglesia aquí, como dicen los católicos, ni ninguna jerarquía puede enseñar el Evangelio si no es sólo por la Biblia.

»¿Qué tú opinas, Juan? Por lo menos has escuchado una buena parte de lo que hemos dicho.

--No sé. Preferiría oír la parte católica y ver qué tan sólidos son sus argumentos, y ver también si ese texto resiste la interpretación protestante. Además, si leemos bien en ninguna parte te dice que tenemos que atenernos exclusivamente a lo que dice la Biblia, sino simplemente atenernos a las enseñanzas de Jesucristo.

--Y ¿dónde tú crees están esas enseñanzas, si no es exclusivamente en la Biblia?

--Acuérdate el debate pasado sobre la autoridad de la Biblia -continúa insistiendo Juan-. Y si no te has dado cuenta, cuando Juan dice esas palabras el Nuevo Testamento aún no existía en su totalidad, ni tampoco como lo conocemos hoy en día, por lo tanto, hemos de concluir que Juan no estaba hablando de la enseñanza escrita, sino de lo que se transmite de boca en boca…

--¡Upff! Ya te parece a los católicos -dice David.

--Pues te estoy diciendo lo que entiendo es lo que Francisco te va a decir. Además, como no se ha podido contrarrestar los argumentos bíblicos que apoyan la postura católica, me das la impresión de que estás utilizando textos bíblicos para contradecir a la misma Biblia.

--¿Cómo es eso? ¡Explícate! -pregunta Aníbal.

--Bueno. Cuando presentas un texto con el cual pretendes o quieres refutar una enseñanza católica, al cual ellos dan su propia interpretación aclarándolo con otros textos, y al nosotros no poder contrarrestar sus explicaciones y afirmaciones se recurre a otros textos para tratar de contradecir y echar por tierra la interpretación católica sin antes aclarar aquellos textos a nuestro favor... No sé si me han entendido.

--Sí, creo haberte entendido -le dice Samuel. Primero debemos refutar la postura católica con los mismos textos que ellos utilizan.

--Bueno -añade Aníbal-, ¿qué podemos esperar de ti, Juan, si no hace mucho que te hiciste evangélico?

--Eso es cierto -insiste Juan-. Además, mi conversión al protestantismo más que por convicción, en estas semanas me he dado cuenta, que ha sido por ignorancia.

--¡¿No me digas que quieres volverte católico nuevamente y dejar el evangelio de Jesucristo?! -pregunta David-. Porque, por lo que has manifestado…

--Por ahora, no; pero si las cosas siguen como van, creo que… Bueno, veré como salimos de esta.

--Ya verás, Juan, ya verás como salimos airosos de esta -asegura David con aire de triunfo.

--Ya es hora de entrar -dice Samuel-. Dejémoslo para la hora del almuerzo, y veamos que pasa.

--¿Dudas, Samuel? -pregunta Aníbal.

--No, pero es mejor andar con mucha precaución.

*** *** ***
--Humm. Esta mañana pude ver a David y compañeros tramando algo… no sé qué, pero… Habrá que tener mucho cuidado.

--No te preocupes, Antonio, puesto que hasta ahora hemos sabido defendernos muy bien.

--Sí, pero ha sido Francisco quien ha dado la batalla en defensa de la fe católica y, como tú sabrás, tuvo que salir con el jefe para algo muy importante…

--¡¿Y?!

--…Y por ahí vienen ellos.

--Hola, Muchachos -saluda David.

--Hola -responden todos.

--Veo que Francisco no está, y me hubiese gustado entablar un debate
con él sobre un asunto importante de las Escrituras.

--Salió con el jefe para unos asuntos. Supongo que regresará más tarde -
dice Antonio.

--Bueno. ¿Estarían ustedes dispuestos a debatir con nosotros? ¿Tú
Antonio? ¿Cristal?

--¿De qué se trata? -pregunta Cristal con aire de seguridad.

--Pues como ustedes saben, Francisco nos aseguró que la Biblia no era la única fuente de la verdad y que existe una autoridad externa a ella…

--Pues como ustedes saben, él pudo demostrar y probar por la Biblia que no es la única autoridad y que sí existe una autoridad extra-bíblica que da testimonio de su verdad --aclara Cristal.

--Bueno, creo que todavía faltan más cosas que aclarar y que deben ser puestas sobre la mesa -sigue insistiendo David.

--Pues creo que Francisco explicó, Biblia en mano y de un modo claro y preciso -incluso con la misma Biblia de ustedes-, que hay una autoridad a la que hay que atenerse si realmente queremos estar completamente seguros de que todos los libros de la Biblia son palabra de Dios -dice Cristal tratando de contener su indignación ante la resistencia de ellos de aceptar la verdad claramente expuesta y explicada.

--Pues aún no estoy del todo convencido.

--Ya veo -dice Ana.

--Durante estas semanas de debates bíblicos me he preguntado que cómo es posible que ustedes aseguren seguir y ser fieles a la Biblia, mientras que por otro lado dan muestras de no querer aceptar lo que ella misma enseña y apoya, de un modo claro e irrefutable la verdad católica -cuestiona Cristal.

--¿¡Sí!? ¿Cuál verdad? -Objeta David.

--A eso me refiero -sigue insistiendo Cristal-. No son capaces de aceptar cuando los católicos tenemos razón al demostrar, Biblia en mano -aun con la misma Biblia protestante, como lo hemos hecho hasta ahora- que la Iglesia Católica tiene razón.

--Pues te reto a que te zafes de esta, si es que puedes -insiste David.

--¿Para qué? Si por más razones que se les dé a favor de la Iglesia Católica, van a quedarse indiferente, como si nada hubiese pasado -añade Antonio.

--No se preocupen -continúa David-, creo que tienen un voto a favor de ustedes en nuestro compañero Juan.

--¿Y tú, Samuel? -pregunta Cristal-. Además, con qué libro van a debatir, ¿con la Biblia?…

--Déjalos, Cristal -aconseja Antonio-, no les tumbe el caballo antes de tiempo. Déjalos que se manifiesten, y ya darás la pelea.

--Bueno, sigamos. Aceptamos el reto. Ya veremos como nos desenvolvemos -dice Cristal.

--Antonio -pide David-, ¿quieres leer de tu Biblia el siguiente texto:…

--Veamos: «Les escribo estas cosas pensando en aquellos que tratan de engañarlos. Ustedes conserven la unción que recibieron de Jesucristo y no tendrán necesidad de que nadie les enseñe; porque su unción, que es verdadera e infalible, los instruirá acerca de todo. Lo que les enseñe consérvenlo.»

--Y bien. ¿Qué explicación le dan a este texto específicamente donde dice…? ¿Me permites tu Biblia, Antonio?…

»…Donde dice: «Ustedes conserven la unción que recibieron de Jesucristo y no tendrán necesidad de que nadie les enseñe.»

»¿Qué dices, Antonio? ¿Cristal? ¿Andrés? ¿Ana?

--A mí no me metas en esos asuntos, que en esto estoy todavía muy crudita -se defiende Ana ante un aparente callejón sin salida.

 --Como pueden ver -explica David-, el texto dice claramente que no necesitamos de nadie que nos instruya y enseñe lo que debemos saber, sino que es el mismo Jesucristo quien nos instruye. Y como esa enseñanza se encuentra exclusivamente en la Biblia, es la Biblia a la que debemos dirigirnos para adquirir esa unción.

--¡Upfff! Creo que esta vez el bando protestante se anotó un punto muy sólido -asegura Luis, quien aunque no creyente se ha mantenido al tanto de estos debates.

--¡¿Sí?! Tal vez, pero siento en mi corazón que hay algo en esa interpretación que no encaja -dice Cristal, y Juan como que abre la boca para decir algo, pero se detiene.

»Según ustedes, eso de que no necesitamos a nadie más, fuera de Cristo que nos enseñe, tiraría por tierra lo de la autoridad extra-bíblica.

--Eso mismo, Cristal; y no hay nada más que buscar -asegura David.

--Bueno, pero… No sé. Me dan la impresión de que quieren contradecir la Biblia con la misma Biblia… Además, ¡aquí tampoco veo nada que apoye lo de sólo la Escritura! Que por lo que puedo ver, es por dónde quieren ir -aclara Antonio.

--Mmmm. Buena observación. Un punto a favor del ala católica -dice Luis.

--¡Oye! ¿Qué te pasa? Esto no es un programa de competencias -dice Ana a Luis.

--Pues, desde mi posición, así es como lo veo.

--Bueno, según la interpretación de ustedes, ningún ser humano nos debe enseñar, entonces, ¿quién? -pregunta Cristal.

--Pero, ¡¿no lo acabas de leer?! ¿Quién otro sino Jesucristo con la fuerza del Espíritu Santo en nuestros corazones? -argumenta David.

--Además, la Biblia es el instrumento eficaz y poderoso por medio del cual Dios se nos da a conocer; y teniéndola a ella, no necesitamos de nadie más para que nos enseñe -añade Aníbal-. Esta es la única manera legítima y auténtica mediante la cual Cristo nos va a enseñar sin la intervención de hombres.

--Bueno, tendremos que esperar que llegue Francisco y nos aclare, desde el punto de vista católico, el texto -aconseja Antonio.

--No sé, pero estoy viendo unas fisuras en el planteamiento protestante… -asegura Cristal.

--¡¿Ah, sí?! Aclárate -dice Aníbal.

 --Bueno, Cristal, vas a tener que esperar hasta mañana, puesto que ya vamos a entrar -advierte Luis.

--¡Hay, nooo! De nuevo con los "to be continue" -protesta Ana.

--Estoy contigo -la apoya Andrés.

*** *** ***
--Claro que tú puedes, Cristal. En los talleres de formación a los que estás asistiendo me has demostrado lo mucho que has crecido en el conocimiento de la fe. Ya verás como el Espíritu Santo te iluminará. Además, los compañeros me dijeron que estuviste muy bien, y Ana y Antonio creen que vas a dar una muy buena batalla, y así yo lo creo también.

--Sí, pero, Francisco, tú estás mejor preparado que yo y…

--Y nada. No te preocupes que yo estaré aquí para apoyarte, y en caso de que necesites ayuda, ya veremos.

--Bueno, si meto la ‘pata’, no me eches a mí la culpa.

--No te preocupes, Cristal, yo estoy también contigo -la apoya Ana-. Si metes una ‘pata’, yo meteré otra para acompañarte, y así no estarás sola.

--Ja, ja. ¡Qué graciosa, Ana! ¡Qué graciosa estás hoy!…
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--Bueno. Estamos esperando, o ¿hemos de asumir que no tienen respuesta a la clara y evidente realidad y verdad del texto ayer leído? -interroga Aníbal.

En eso, todos se quedan mirando a Cristal como esperando una reacción, mientras ella, con los ojos cerrados como en oración se mantiene tranquila. Con un suspiro los abre y mirando fijamente a Aníbal le dice.

--Aníbal, ayer dijiste que la Biblia es el instrumento eficaz y poderoso por medio del cual Dios se nos da a conocer; y teniéndola a ella, no necesitamos de nadie más para que nos enseñe. ¿Cierto?

--Esas fueron exactamente mis palabras, y las sostengo.

--No sé si por ignorancia, malicia u olvido no te has dado cuenta que esa afirmación tuya ya fue suficientemente contestada y aclarada la vez pasada cuando estuvimos debatiendo sobre la autoridad de la Biblia, por lo que quedó claramente establecido, bíblicamente hablando y fuera de toda duda que la Biblia no es la única autoridad; que ella no posee toda la verdad revelada, y sobre todo, que ella necesita de una autoridad externa, puesta por Dios claro está, que dé testimonio y garantice su legitimidad. Por lo tanto, si me baso únicamente en la Biblia, sin una autoridad externa que me guíe, corro el peligro de errar en mi interpretación…

--Pero es que esa autoridad externa es Dios -asegura Aníbal-, por lo que si él nos ilumina, no necesitamos de nadie más.

--¡Ah, sí! ¡Qué fácil! Pero, ¿quién te da seguridad de que tal interpretación es correcta? -cuestiona Cristal.

--Pues, ¿quién otro, sino es el Espíritu Santo?

--Si es el Espíritu Santo, dime, ¿por qué existen en el protestantismo más de cuarenta mil sectas e iglesias asegurando cada una de ellas tener y ser la legítima portadora de la verdad? Y sabrás que el promedio es de cinco nuevas sectas las que se forman semanalmente, todas ellas basadas en una interpretación de la Biblia.

--Eso es debido a que hay muchos que no se dejan llevar por el Espíritu de Dios…

--¿Muchos? ¡Demasiados diría yo! -manifiesta Ana.

--Entonces -continúa presionando Cristal-, ¿quién te asegura que la interpretación de tu iglesia es la correcta? Porque los de otras iglesias pensarán que su respectiva interpretación es la correcta.

»Aníbal, si tu interpretación es la correcta, quiérese decir que la de David o la de Samuel o la de Juan son incorrectas, ya que ellos pertenecen a iglesias diferentes.

--Ah, pero ya te estás saliendo por otro lado -protesta Aníbal.

--No creo que ella se esté saliendo del tema -manifiesta Francisco-, creo que ella ha hecho unos planteamientos muy validos; de que no sepas como contestar, es otra cosa.

--Sí, pero, nosotros no tenemos culpa de las miles de sectas que existen hoy en día -se defiende Aníbal.

--Aníbal -vuelve al ataque Cristal-, ¿Martín Lutero tenía razón al separarse de la Iglesia Católica y dar comienzo con lo que hoy conocemos como la reforma protestante?

--Sí, eso es así.

--Si Martín Lutero tenía razón, quiérese decir que fue llamado por Dios para emprender tamaña empresa. ¿Cierto?

--Eso es así, y no podía ser de otra manera ante el deterioro moral, espiritual y doctrinal de la iglesia católica…

--Si Martín Lutero tenía razón y fue escogido por Dios para restaurar el Evangelio por tanto tiempo olvidado (entiendo yo, eso es lo que en principio enseña el protestantismo), ¿por qué no están ni perseveran en la iglesia que él mismo fundó? ¿la luterana?

--Muy buena pregunta --manifiesta Luis y Antonio lo respalda.

--Y muy bueno el análisis -se expresa Francisco.

Un momento de silencio.

--Bueno, creo que… -balbucea Aníbal.

--Hasta el mismo Lutero se equivocó y por eso… -dice apresuradamente David.

Silencio.

--¿Y por eso…? ¿Qué? -sigue interrogando Cristal- ¿Se equivocó y también erró en la verdad, y ya? ¿nada pasa? Y los demás reformadores, ¿también se equivocaron y quedó todo ahí como si nada?

»Yo no sé ustedes, pero si ese es el Espíritu Santo que promueve y respalda el protestantismo y en el que ustedes creen,... la verdad es que yo no quiero saber nada de ese espíritu santo.

»Y para rematar esta parte, Aníbal, quisiera me leyeras un texto…

--¡Uff!. Ya es tarde. Vamos a entrar -dice Ana.

--Oye, te adelantaste.

--Sí. Es que no quería que me cogieran de sorpresa.

*** *** ***
--En I de Pedro, 1, 20, el texto lee como sigue: «entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,…»

--Hasta ahí -interrumpe Cristal.

»Si nos atenemos al texto, bien claro dice que nadie puede por sí mismo interpretar un pasaje o texto de las Santas Escrituras, contrario a la enseñanza protestante de la libre interpretación de la Biblia.

--Sí, pero, yo creo que el Espíritu Santo jamás podrá equivocarse… -asegura David.
Silencio.

--En eso estamos de acuerdo -asegura Francisco-. Pero lo que no has entendido o no quieres entender es que, el Espíritu Santo no se presta ni se ha prestado ni se prestará para seguir los jueguitos de los hombres para que cada quien enseñe lo que le parece ser verdad, aunque ello sea contradictorio a otros que aseguran tener también el Espíritu Santo.

»Y el principio básico es este: si existe un solo Dios, ha de existir una sola y única Verdad, la cual no puede estar unida o mezclada con la mentira y el error. O la verdad es total o no es verdad -aclara Francisco.

--Queda, pues, establecido, bíblicamente hablando, la falacia y la no bíblica doctrina o enseñanza protestante de la libre interpretación de la Biblia -añade Cristal.

--No estoy del todo de acuerdo con tu conclusión -dice David.

--Pero si esto no les convence -continúa Cristal-, Samuel, ¿por qué no lees el siguiente texto?

--Veamos. En segunda de Pedro, capítulo 3, versículos 15 y 16: «Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.»

--Si nos atenemos a estos dos textos ya leídos -explica Cristal-, concluimos que las Escrituras no son para que cada quién la coja y la interprete según su parecer, aunque diga y asegure tener el Espíritu Santo. Eso no es seguridad de que su interpretación es verdadera. Por lo que tu afirmación, Aníbal, bíblicamente hablando no es del todo correcta. Sí es correcto que el Espíritu Santo jamás se equivoca, pero el hecho de que
existan miles de sectas e iglesias protestantes (y semanalmente surjan varias más), es un indicio de que ahí no está el Espíritu Santo.

--Muy buena observación -dice Francisco.

--No estoy de acuerdo -objeta David.

--Lo que sí es bíblico -continúa Cristal- es que para yo poder dar con una interpretación correcta y verdadera de un texto determinado, me tengo que acoger a una autoridad externa a ella, y no necesariamente tiene que ser directamente el Espíritu Santo, sino alguien con la legítima autoridad de Dios para interpretarla.

--No estoy de acuerdo -sigue protestando David.

--Y aquí ya estamos claros para poder interpretar el texto clave que dio pie a este debate -continúa Cristal sin hacer caso a las protestas de David-, y saber lo que realmente quiere decirnos el apóstol Juan cuando dice que no necesitamos que nadie nos enseñe.

--¿Por qué no leemos el texto desde sus comienzos, y ver globalmente todo el contexto? -pregunta Francisco-. ¿Quieres leer David (que te las ha pasado protestando y haciendo honor al nombre de la reforma) o Aníbal o Samuel?

--¿Por qué no lees mejor de tu Biblia, Francisco? -solicita Samuel.

--No. Prefiero que sea así, de la Biblia protestante. Quiero que vean como incluso la misma Biblia protestante apoya la posición católica. Así tampoco habrá quien se queje de que sólo estamos usando una Biblia católica.

--Bueno. En primera de Juan 1, 1 en adelante, leemos: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifiesta, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros;…»

--David, Aníbal, Samuel, cuando comenzaron a conocer la Palabra de Dios, ¿ésta se les manifestó directamente, sin intervención humana o fue el mismo Espíritu Santo o el mismo Jesucristo en persona quienes les fueron instruyendo? O ¿fueron algunos hombres y mujeres que iniciaron y sembraron la semilla del Evangelio como primicia de lo que iban a creer? Léanse Romanos 10, 13 al 18 y medítenlo a la luz de lo hasta aquí expuesto.
«Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero digo: ¿No ha oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras».

--A toda verdad, en mi caso (y creo que en el caso de mis demás compañeros), fueron mis padres los primeros quienes me enseñaron las Sagradas Escrituras, y luego el pastor de mi iglesia y el catequista en las clases bíblicas quienes continuaron y perfeccionaron en mí el conocimiento de la Palabra de Dios -se expresa Samuel.

--Entonces, según el contexto -añade Cristal-, San Juan nos está indicando y enseñando que para poder llegar al conocimiento del Hijo de Dios, éste conocimiento debe llegar a través de unos instrumentos idóneos y con la debida autoridad para enseñar.

--Así es -concluye Francisco.

--¿Pero, por qué San Juan insiste en que no necesitamos de nadie para que nos instruya? -continúa insistiendo David.

--Cálmate, Ana. No te desesperes.

--Hay… Es que… Me cansa su… Mejor me cayo. Risas, aunque David no está del todo a gusto con las salidas de Ana.

--La clave está en el versículo 26 del capítulo 1 de Juan. ¿Por qué no lo lees? -insiste Francisco.

--Dice: «Os he escrito esto sobre los que os engañan.»

--Como ven, la intención de San Juan es alertarnos contra quienes vienen a enseñar otro evangelio distinto del que ellos, la Iglesia, ha recibido.

»La unción que la Iglesia ha recibido de Cristo por medio de sus legítimos representantes, debe ser guardada, defendida y, sobre todo vivida. Y ningún otro hombre o mujer tiene el derecho de cambiar o enseñar un evangelio distinto del que ya se ha enseñado por los legítimos representantes de Cristo. Los que Cristo envió a predicar por el mundo. Esta es una gran verdad que el mismo San Pablo enfatiza y defiende. Vean, por ejemplo Gálatas, capítulo 1, del 6 al 9.

«Me extraña que tan pronto hayan abandonado a Dios que, según la gracia de Cristo, los llamó, para seguir otro Evangelio. No es que haya otro, sino que cierta personas han sembrado la confusión entre ustedes y quieren dar la vuelta al Evangelio de Cristo. Pero, aunque viniéramos nosotros o viniera algún ángel del cielo para anunciarles el evangelio de otra manera que lo hemos anunciado, ¡sea maldito! Ya se lo dijimos antes, pero ahora lo repito: si alguien viene con un evangelio que no es lo que ustedes han recibido, ¡sea maldito!».

--Pero tú sigues insistiendo y aseguras que hay una autoridad que representa a Cristo. ¿Dónde en la Biblia enseña tal cosa? -pregunta Aníbal.

--Aníbal, ¿para qué Cristo se escogió doce hombres y les dio el título de apóstoles, o sea, enviados? -interroga Francisco-.

--Para tenerlos de adorno, aparentemente, porque… -sale con otra de las suya, Ana.

--Para lo que tú acabas de decir -responde Aníbal, sin hacer caso a las expresiones de Ana-. Para enviarlos a predicar.

--¿Eso y nada más?

--Pues por ahora creo que nada más, pues ya vamos a entrar -dice Antonio.

--Pues les dejo con esa para mañana -concluye Francisco.

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